Se dice que la realidad supera a la ficción. Lo he podido comprobar personalmente. Por mucho que un escritor intente ser original, es probable que en algún momento y lugar haya tenido lugar una situación parecida a la que cree ha surgido de su calenturienta mente.
A mediados de este año comencé a escribir El Asesino Imaginario, una comedia negra cuya trama se mueve alrededor del robo de un alca gigante en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. El alca gigante (Pinguinus impennis) fue una especie de ave no voladora que se extinguió en la primera mitad del siglo XIX. Recibe otros nombres, como alca imperial o gran pingüino. No pertenece sin embargo a la misma familia ni orden que las aves conocidas que conocemos popularmente como pingüinos. Estos recibieron originalmente el nombre de pájaros bobo, y fueron avistados por primera vez por los navegantes portugueses a finales del siglo XV. Fue más tarde, ya en el siglo XIX, cuando empezaron a recibir la denominación de pingüinos, debido a su parecido con los alcas.
Pues bien, en abril de 2012, dos turistas galeses, de 20 y 21 años respectivamente, decidieron correrse una juerga mientras se encontraban de vacaciones en Australia, en una zona playera conocida como Costa Dorada, próxima a la ciudad de Brisbane. Después de haberse bebido medio bar cada uno, decidieron que era hora de pegarse un chapuzón nocturno, para despejarse un poco. Pero en lugar de hacerlo en el mar (debió parecerles la mar de aburrido), decidieron hacerlo en un aquarium, el Sea World. Así que, ni cortos ni perezosos, se colaron en su interior, se quedaron en gayumbos y se lanzaron a nadar con los delfines.
Poco efecto debió hacerles el baño, porque al día siguiente, cuando se despertaron en su apartamento, se encontraron con un pingüino en medio del salón. ¿Recuerdan la escena de Resacón en Las Vegas, en la que ocurre algo similar, pero con un tigre de bengala? El pequeño pingüino, llamado Dirk, nacido en cautiverio, debía estar alucinando. Los dos jóvenes, llamados Rhys y Keri, intentaron darle de comer y —no se sabe si debido a que el pobre animal estaba hecho unos zorros o a que pensaban que se podía deshidratar— lo metieron también en la ducha. Finalmente, decidieron liberar al pequeño Dirk en un canal. Muy avispados no eran, porque alguien los vio liberando al pingüino y llamó a la policía. El juez les impuso una multa de unos 800 euros a cada uno y les recomendó que «bebieran un poco menos de vodka».
Se desconoce aún qué hicieron en el recinto de los tiburones, donde dejaron abandonado un extintor de incendios. Quizás, en medio de la borrachera, se acordaron de la famosa película Tiburón e intentasen emular a Brody, el personaje interpretado por Roy Scheider, quien consigue acabar con el gran tiburón blanco disparando a un tanque de aire comprimido que ha metido en la boca del animal. Por suerte estos dos no tenían un rifle a mano.
Para que su hazaña quedara inmortalizada, grabaron su chapuzón en la piscina y al pequeño Dirk en su apartamento. Puedes verlo en este video.
Lo dicho, la realidad ha superado mi ficción.
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